La base
de
nuestra esperanza
Una esperanza
fundamentada en la confianza
1 Todas las personas desean que
sus esperanzas no sean defraudadas, pero para alimentar
la esperanza, es
preciso fundamentarla en la convicción de que lo que se espera es valioso
y puede ser alcanzado. Para los seguidores de Cristo no puede haber ninguna cosa
más valiosa que la esperanza de alcanzar las promesas de Dios, una esperanza que
él puso al alcance de
la humanidad y que no puede ser defraudada
porque está fundamentada en “la
Palabra de Dios, que vive
para siempre y que jamás viene a menos”. (1Pedro
1:23)
La razón nos
hace comprender que este maravilloso universo, con su belleza, su meticuloso
orden y su variedad infinita, no puede haber llegado a existir por sí mismo, a
través de innumerables accidentes casuales, solamente puede ser el resultado de
una inteligencia ordenada y creadora, que a través de sus obras pone de
manifiesto “tanto sus cualidades invisibles como su
eterna potencia y su divinidad”. (Romanos
1:20)
Sir Isaac Newton, considerado por muchos
historiadores de la ciencia como una de las 'mentes
científicas más grandes que el mundo ha visto', dice en una carta a un
amigo, que en su obra más importante, la Principia,
se había esforzado en resaltar las pruebas irrefutables de la existencia de Dios
y que tenía la satisfacción de poder comprobar que sus palabras habían calado en
las gentes.
2 Newton escribe: “Este hermosísimo sistema de Sol, planetas y cometas, solo
pudo proceder del consejo y dominio de un Ser inteligente y poderoso ... Este
Ser gobierna todas las cosas ... como Señor sobre todo ... El Dios Supremo es un
Ser eterno, infinito, absolutamente perfecto”.
El Creador de
todas las cosas realmente existe y no solo es eterno, todopoderoso y sabio, es
también amoroso y justo. Por este motivo, ninguno que sinceramente desee hacer
lo que es correcto puede sentirse privado de una esperanza de salvación. Tal vez
algunos digan: ‘¿Cómo considerar entonces la
injusticia, la enfermedad y la maldad que hay en la Tierra?’ Sin embargo, las
adversidades que sufrimos no presentan un argumento sólido contra la presencia y
la misericordia de Dios, ya que existe un origen y una causa para la maldad que
se ha desarrollado entre los hombres y para que Dios la consienta durante un
determinado período de tiempo.
3 Las Escrituras muestran que la
situación de la humanidad obedece a dos razones básicas:
En
primer lugar, Dios
formó "al hombre
a su
imagen, los hizo varón y
hembra y los creó a imagen divina;
luego los bendijo diciendo: 'Fructificad y aumentad, llenad la Tierra y ocupadla; gobernad sobre los peces del mar, sobre
las aves de los cielos y sobre cualquier animal que se mueva en el
suelo'". (Génesis 1:27...28) De hecho, Dios
entregó a los hombres el cuidado y gobierno de la Tierra, como afirma David cuando
escribe: "los Cielos son cielos de Yahúh, pero ha
entregado la
Tierra a los hijos del hombre". (Salmo 115:16) Desafortunadamente, el
hombre dotado de libre albedrío y de autoridad, superó desde el principio los
límites del encargo que había recibido y se apropió de la exclusiva jurisdicción de Dios
para determinar lo que es moralmente bueno y lo que es moralmente perjudicial
para su creación, incitado por aquella poderosa criatura espiritual que le acusa
ante el Creador diciendo: "¡Piel por piel!
¡Todo lo que el hombre posee lo da
por su vida! Pero extiende tu mano y toca sus
huesos y su carne ¡Verás si no te maldice a la cara!" (Job 2:4...5)
4 En segundo
lugar,
como Salomón dice, “hay un
momento señalado y un tiempo para cualquier propósito bajo los cielos”.
(Eclesiastés 3:1) El resultado de la
trayectoria emprendida por el hombre,
demostrará ante todos los hijos de Dios, hombres y ángeles, la indiscutible
incapacidad de cualquier ser creado para establecer por sí mismo y alejado
del Creador, un gobierno que mantenga permanentemente entre los hombres la
armonía, la paz y la prosperidad, y una justicia genuina e imparcial. Para
demostrar este hecho de una vez para siempre, sin que jamás pueda haber ninguna
duda, se hace sin embargo necesario el transcurso de un período de tiempo
suficiente. Mientras
tanto y aunque Yahúh no interviene en este mundo, nunca ha abandonado a la
humanidad sometida a la injusticia y la muerte, puesto que ha guiado con su
espíritu a quienes le buscan y ha suministrado a todos los hombres una segura
esperanza de salvación mediante la redención ofrecida por su Primogénito. Él
conoce la capacidad de amar y de razonar que ha puesto en sus hijos y les
exhorta a permanecer fieles con estas palabras: “Sé
sabio hijo mío, regocija mi corazón y desmentiré al que me afrenta”. (Proverbios
27:11)
Quienes han
puesto su esperanza en la salvación que Yahúh provee, tienen pues durante su
vida en este mundo adverso, la oportunidad de mostrarle amor y de regocijarle
mostrándose perspicaces y fieles.
5 Leemos en
la Escritura
que “para cualquier propósito hay un tiempo y un
juicio porque la maldad a causa del hombre es mucha. Puesto que no sabe lo que
sucederá ¿Quién le informará entonces cuando suceda? No hay hombre con poder
sobre el espíritu para detener al espíritu y no hay escapatoria en la lucha ni
podrá la maldad liberar a quien la posee. Yo he comprendido todo esto y he
puesto mi corazón en todo lo que ocurre bajo el sol, mientras el hombre gobierna
sobre los hombres para su mal”. (Eclesiastés 8:6…9)
Quienes no
conocen los designios de Dios, ignoran verdaderamente su destino, pero quienes
los conocen y ponen fe en él, también saben que siempre informa a su pueblo de
cualquier acontecimiento que le afecte, como lo confirma Amós, cuando escribe
que “no hace nada el Señor Yahúh sin revelar su
secreto a sus siervos los profetas”. (Amós 3:7) En la antigüedad avisó a Noé del
diluvio y le proporcionó salvación; advirtió reiterada e inútilmente a Israel
del destino que le esperaba por su infidelidad; avisó a Judá de su cautiverio en
Babilonia y de la destrucción de Jerusalén y su Templo, y señaló con precisión
el momento de la llegada de su Enviado y las circunstancias de su nacimiento, de
su vida y de su muerte, para que pudiese ser reconocido por quienes le estaban
esperando.
6 Pero ¿Qué sucederá a partir
de ahora?
Dice Pablo que
“todas las cosas que se escribieron, fueron
escritas para nuestra instrucción, para que por medio de la
perseverancia y por el consuelo que proviene de las Escrituras, podamos
mantener la esperanza”, (Romanos 15:4) y por medio de las
cosas que se escribieron, Pedro responde así a esta pregunta: "por la
Palabra de Dios, en la antigüedad fueron constituidos unos
cielos y una tierra que surgió del agua, y que estaba rodeada de agua”
y “por orden de la misma Palabra, aquel
mundo de entonces, fue destruido por el agua del diluvio. Pues bien,
por la misma
Palabra, los cielos y la tierra actuales están destinados al
fuego y reservados para el Día del juicio y de la destrucción de los
impíos". (2Pedro 3:5…7)
Refiriéndose a
esta destrucción, dice el Salmo: “Cuando el brotar
de impíos sea como la hierba, florecerán entonces todos los practicantes del
mal, para ser destruidos por siempre”, (Salmos 92:8) y con la destrucción final
de la maldad, llegará el momento establecido por Dios para que "su voluntad se haga en la Tierra como en el Cielo". (Mateo 6:10) Isaías anunció lo que
sucederá en aquel momento y dice: “se nos ha
entregado un hijo; sobre su espalda estará el gobierno y será llamado con los
nombres de Admirable Consejero, Poderoso Divino, Padre de la Perpetuidad, Príncipe
de Paz. La grandeza del gobierno y de la paz no se acabará sobre el trono de
David y sobre su reino, hasta establecerlo y sostenerlo con justicia y rectitud
desde entonces y para siempre”. (Isaías
9:6…7) Este será el momento en el que “Dios mismo intervendrá en" favor de la humanidad
"y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá
muerte ni duelo, ni llanto ni dolor. (Apocalipsis 21:4)
7 ¿Por qué razón podemos
confiar plenamente en el cumplimiento de estas promesas?
Pues porque
nuestra esperanza se basa en la palabra del “Dios que no puede mentir”. (Tito 1:2) El pasado cumplimiento de las
profecías que se registraron en la Escritura, nos proporciona la
seguridad de que en su momento, se cumplirán también las que se refieren al
futuro. Podemos poner confianza en que el designio de Dios reconducirá a los
hombres a su condición original y mientras tanto, tenemos que cuidar de nuestra
esperanza fortaleciéndola mediante la fe, que “es
la convicción de que las cosas que esperamos son ciertas”.
(Hebreos 11:1) Mostremos ante Yahúh una fe como la
de Abraham, que “delante del Dios de su fe, el Dios
que vuelve a dar vida a los muertos y que se refiere a las cosas que no existen
como si existiesen, mantuvo la esperanza contra
toda razón de esperar”. (Romanos 4:17)
Los testigos
que confirman la veracidad de las promesas de Dios son fiables. Pedro escribe a
los discípulos: “Nosotros no os hemos dado a
conocer la venida y las poderosas obras de nuestro señor Cristo Jesús mediante
historias inventadas, pues fuimos personalmente testigos oculares de su
grandeza cuando recibió el honor y la gloria de Dios Padre, porque a él se
dirigió la voz desde la gloria majestuosa, diciendo: ‘Este es mi hijo amado, el
que yo he elegido’, y nosotros que estábamos con él en el monte santo, oímos
esta voz que venía del cielo. Aunque tenemos una confirmación más segura
todavía en la palabra profética, y haréis bien en prestarle atención porque
es como una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y
resplandezca la luz en vuestros corazones. Pero primero, debéis saber que
ninguna profecía de la
Escritura proviene de una interpretación personal,
porque ninguna de las profecías vino nunca por la voluntad del hombre,
sino que los hombres hablaron de
parte de Dios impulsados por el espíritu santo”.
(2Pedro 1:16…21)
8 Pablo asemeja nuestra esperanza a un
ancla que nos proporciona firmeza y estabilidad; dice: “esta esperanza es en nuestras vidas como un ancla segura y
firme que penetra más allá de la cortina del santuario, el lugar donde entró
Jesús como precursor nuestro”, (Hebreos 6:19) y es que tal como en el
mar, el ancla protege el arraigo y la estabilidad de un barco, en este mundo, la
firme esperanza en las promesas de Dios, protege y arraiga la estabilidad de
nuestras vidas.
Como Pablo nos
recuerda, Yahúh
mismo “interviene con un juramento, para que por
medio de dos actos inmutables en los que es imposible que Dios mienta,
nosotros, que nos hemos aferrado firmemente a la esperanza que se nos
ha puesto delante, tengamos un gran estímulo”; (Hebreos 6:17…18) y escribe:
“Todos
sois hijos de la luz y el día”; por esto, “nosotros
que somos hijos del día”,
tenemos que permanecer “sobrios y revestidos con
la coraza de la fe y del amor”, protegiendo nuestros pensamientos
e intenciones “con el yelmo de la esperanza de
la salvación, puesto
que Dios no nos ha designado para el Día de la ira si no para obtener la
salvación mediante nuestro señor Jesús, que
murió por nosotros para que
despiertos o dormidos en la muerte, podamos llegar a vivir junto con
él”. (1Tesalonicenses 5:5, 8…10)
9 Tengamos siempre en la mente y en el corazón
lo que esta magnifica esperanza significa para nosotros, nuestros hermanos y la
humanidad entera. Mostrémonos agradecidos a nuestro Dios. Su espíritu nos dice a
través de Juan: “¡Mirad
cuan grande es el amor que el Padre nos ha mostrado para que pudiésemos ser
llamados hijos suyos! Y lo somos realmente, pero el mundo no nos reconoce porque
tampoco le conoce a él”.
(1Juan 3:1)
Nosotros, que hemos puesto fe en sus
promesas, conocemos su veracidad, su poder y su amor, por esto y a pesar de las
dificultades que día a día encontramos en el mundo, no olvidemos ni un momento
que “nuestra
ciudadanía está en los cielos desde los que estamos esperando a un salvador, el
señor Cristo Jesús,
que
transformará la humilde condición de nuestro cuerpo haciéndolo semejante a su
cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene para reinar sobre todas las
cosas”.
(Filipenses 3:20…21)
Mostremos
perseverancia
10 Dice Pablo que “Abraham, después de mostrar perseverancia,
obtuvo el cumplimiento de la promesa”. (Hebreos
6:15)
La perseverancia se mantiene por la
confianza que proviene del conocimiento verdadero; esforcémonos en conocer a
nuestro Dios Yahúh y a nuestro Señor Jesús a través de las cosas que el espíritu
inspiró a los profetas, a Jesús y a los apóstoles, y meditemos en lo que sus
palabras nos hacen comprender.
Pablo
nos dice: “buscad
las cosas de arriba, del lugar donde Cristo está sentado a la diestra de
Dios.
Pensad
en las cosas de arriba,
no en las terrenas”,
(Colosenses 3:1…2) porque haciéndolo, hallaremos que “el
Señor está cercano”
y “no” estaremos “ansiosos por nada”. Expongamos a Dios lo que
“en cualquier circunstancia” necesitamos,
“por medio de la oración, sí, rogándole y dándole
las gracias,
y
mediante Cristo Jesús, la paz de Dios que sobrepasa cualquier
pensamiento, protegerá”
nuestros “sentimientos” y nuestro
“modo de pensar”. (Filipenses
4:6…7) Confiemos con todo el corazón en sus promesas, puesto que
“Nosotros sabemos que
Dios hace cooperar todas sus obras para el bien de los que le
aman, o sea, de aquellos que él ha llamado según su
propósito” (Romanos
8:28) Y
“si
el valor de”
nuestra “fe,
más
precioso que el oro que perece, resiste al fuego cuando sea
probado”,
seremos “motivo de alabanza, de gloria y de honor, en el momento de la
manifestación de Cristo Jesús”. (1Pedro
1:6…7)
11 Hasta entonces “mantengámonos siempre confiados, sabiendo que mientras
tengamos nuestra morada en este cuerpo debemos caminar por fe, no por
vista”. (2Corintios 5:6…7) Pablo dirige estas palabras a todos los que por
medio de la “esperanza, aguardamos con paciencia aquello que todavía no podemos
ver”. (Romanos 8:25) Sin
embargo, nosotros percibimos ya el inicio de algunas de “las cosas” anunciadas por Jesús como la señal del
momento de su retorno, y él dijo para los que entonces viviesen: “Yo os aseguro que esta generación no pasará hasta que
todo esto suceda”. (Mateo
24:34)
Esta es una
generación que puede llegar a ver el cumplimiento de las promesas de Dios con
respecto al futuro de la
Tierra; no permitamos que nuestra esperanza venga a menos y
tengamos siempre presentes estas palabras de Jesús para los que pertenecen a su
Congregación verdadera: “No
os impongo ningún otro peso que el de permanecer aferrados con firmeza a lo
que ya tenéis, hasta que yo vuelva”.
(Apocalipsis 2:25)